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Bases históricas para la creación de Israel

Debo iniciar mi intervención, agradeciendo la invitación que esta institución, esta Casa de la Cultura de Mario Briceño Iragorri, nos ha hecho llegar. Invitación que tengo el honor de atender, agradeciendo principalmente al amigo Theodorakis Rodríguez y al alcalde Delson Guárate. La invitación a la Casa de la Cultura de este municipio, nos permite ver y participar de hechos culturales, de expresiones de pensamiento libre que tanta falta hacen, en un país, en un municipio y en una región, en la que una minoría cada vez más delirante y cada vez, valga la acotación, más disminuida, pretende pasar por encima de la mayoría que entiende el hecho político como el resultado de la voluntad de hacer y no de la intención de destruir. Atiendo esta invitación, sumándome a los que quieren construir, aquí en Mario Briceño Iragorri, una realidad mejor y un futuro distinto al que nos auguran los bárbaros que solo tienen voluntad para lanzar por el balcón a quien ose pensar distinto.

Y partiendo de allí, podemos hacer comparaciones sin forzar realidades ni entrar en paralelismos extremos cuando se habla de Israel. El estado de Israel es el resultado de la voluntad de sus ciudadanos por detener el peregrinar de un pueblo durante siglos. Israel es, sin duda, el triunfo de la voluntad de un pueblo por tener el derecho a decir “esta es mi tierra, este es mi país”. Es también Israel, viendo el contexto luego de tantos años, una gran osadía histórica, tomando en cuenta los retos y obstáculos que aún existen para la existencia de ese Estado. Para algunos, la justificación histórica de Israel y su existencia sigue allí presente. Y para otros la justificación sigue siendo motivo de discusión y hasta de guerra.

La revisión histórica es obviamente necesaria. Cuando en 1922, por mandato de la Sociedad de las Naciones, se le encomienda a Inglaterra la administración de Palestina, la presencia del pueblo judío en la región era cada vez mayor como consecuencia de la promesa británica, hecha a través de la Declaración de Balfour en 1917, de permitir y auspiciar incluso la conformación de un hogar judío en la zona. Estamos hablando de un proceso que arranca en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el movimiento político nacionalista originario conocido como Sionismo empieza a promover la restauración de Israel como el hogar nacional de los judíos.

¿Por qué un hogar para los judíos? Hablamos de gente que profesa una fe, que se mantiene unida alrededor de la reivindicación de sus orígenes, de su lengua, del recuerdo de sus patriarcas y sus enseñanzas. De su música, de sus poemas, de sus manifestaciones culturales. Hablamos también, de un pueblo perseguido a lo largo de los siglos bien sea por su fe, por sus costumbres o por su modo de vida. O bien sea por complejos dentro de sociedades poco evolucionadas desde el punto de vista del respeto a la diversidad.

No podría hablarse de Israel hoy, sin concluir que su existencia como estado es el resultado de las luchas de sus patriarcas pero también de la voluntad de todo un pueblo por resistir a las persecuciones a lo largo de los siglos. Al revisar la historia de las persecuciones a los judíos, desde antes de Moisés, hasta después del Holocausto, pasando por su expulsión de España o por la inquina de la Inquisición, es obvio que el Estado de Israel es la natural consecuencia de una lucha por la supervivencia colectiva. Entiéndase entonces, como conclusión previa más no apresurada, que Israel debe verse como la respuesta a la necesidad de un hogar para los judíos que garantizara el cese de las persecuciones, pero también que permitiera solucionar un problema fundamental de las relaciones internacionales contemporáneas: la existencia de una Nación sin un Estado.

Ese problema, el de una Nación que no posee Estado, no ha sido del todo resuelto. Una Nación, es decir, un conjunto de personas (o sea, un pueblo) que comparte cultura, costumbres, religión, lengua, e incluso raza, normalmente posee una representación  legal frente a otros pueblos. Esa representación es el Estado. Los venezolanos, no somos lo que somos por que tengamos una República llamada Venezuela. Esta República que tenemos hoy, es consecuencia de la existencia del venezolano. Ese pueblo que come arepas, que habla castellano, que tiene aficiones donde aparecen el béisbol, el arpa y el cuatro, que se siente unido alrededor de unos símbolos sean tangibles como la bandera y el himno o sean humanos como Bolívar, Simón Díaz, Galarraga, Gallegos o Andres Eloy Blanco, ese pueblo fue el que creó su Estado. Y ese Estado llamado República hoy Bolivariana de Venezuela es quien nos representa.

El Estado de Israel representa al pueblo judío asentado allí, en esas tierras. Su existencia, es un ejemplo que no ha sido seguido por el mundo a la hora de solucionar el problema de las Naciones sin Estado que aún tenemos. Los Kurdos son una Nación sin Estado. Cuando creía el mundo que se había acabado el problema de los Kurdos y su exigencia del establecimiento del Kurdistán como Estado que les represente, salta el problema checheno en Rusia, estando el pueblo checheno reivindicando la necesidad de poseer un Estado que los represente tal como son: profesando su fe islámica, manteniendo sus costumbres culturales y sus símbolos, distinto a los de una Rusia por más de 70 años oficialmente atea, y en el fondo, ayer y hoy, católica ortodoxa.

Y cuando se pensaba que el problema era el Islam, cuando se pensaba que las reivindicaciones del pueblo kurdo o del pueblo checheno o del pueblo de Osetia también en Rusia eran una avanzada internacional de fuerzas islámicas disociadoras, estallan dos nuevas realidades: el tema Catalán en España y el tema Escocés en la Gran Bretaña.

El pueblo catalán y el pueblo vasco, dicen ser oprimidos dentro del Estado español y por eso reivindican su derecho a conformar su propio Estado. Es decir, reivindican su derecho a la independencia. Los escoceses, quizás con mayor fuerza que en España, lograron llevar el tema a referendo. Y perdieron los independentistas, pero forzaron al estado Británico a modificar sus normas con respecto al trato a las distintas naciones que conforman el Reino Unido de la Gran Bretaña.

Viendo estos ejemplos, nos damos cuenta que Israel se adelanta como solución a ese gran problema que aún persiste, el de los pueblos sin Estado. Podemos ver, entonces, a Israel no solo como el hogar del pueblo judío, sino también como una solución lógica a la necesidad de una Nación por ser representada por un Estado.

Pero hay un problema. Que Israel no solo es un ejemplo, no solo es el resultado de una lucha, no solo es la consecuencia de la persecución y de los anhelos de una Nación sin Estado y de un pueblo que se niega a dejar de combatir por su supervivencia. Israel es también el ejemplo más ignorado a la hora de solucionar el problema de la Nación sin Estado más importante de la historia contemporánea después del pueblo judío: Los Palestinos.

La historia de Israel como Estado, ha sido también y no por decisión del pueblo judío, la historia de la imposibilidad de emular el ejemplo de la constitución de un Estado que represente a los cientos de miles de palestinos asentados en el medio oriente. Ha sido terca la política a la hora de buscar soluciones. Es obvio que hoy, cuando estalla por los aires el modelo establecido de Relaciones entre las Naciones tal como las conocíamos antes, son los pueblos los que tienen  la palabra. Tuvimos hace meses uno de los eventos más importantes de la historia contemporánea, cuando un paquete de ajustes económicos, en vez de ser aprobado por un gobierno, cosa que es su potestad, fue dejado en manos de la población que lo iba a sufrir. Grecia tuvo que votar si quería o no el ajuste. Escocia tuvo que votar si quería o no la independencia. Y hoy, ante esa evidencia, una democracia como la israelí, la única en la región, tiene la palabra: ¿No será hora de que decida el pueblo directamente la solución que debe ejecutarse para terminar de una vez y por todas con el padecer del pueblo palestino sin Estado, del pueblo judío combatiendo al terrorismo que se escuda en la inexistencia del Estado Palestino para negar el derecho de existir al Estado Israelí?

Porque he allí una gran contradicción. El terrorismo de Hezbolla o Hamás no parece muy interesado en que los palestinos tengan un Estado. Se ven mucho más interesados en que Israel no sea un estado. Más allá, sienten que ni los judíos deben existir. Uno no sabe si al terrorismo que niega Israel los inspira de verdad Mahoma o los inspira Hitler, pero el problema sigue allí: Israel fue una solución para una Nación que no tenía Estado. El terrorismo no es una solución para la Nación Palestina. La solución es un Estado.

Siento que Israel tiene otra vez la palabra. Tendrá la clase política israelí que madurar. Tendrá que hacer el esfuerzo titánico de manejar el tema por encima de los complejos y hacer entender a la clase política palestina, la que no cree en el terrorismo, que el problema no es la existencia de Israel sino la inexistencia del Estado Palestino. Y la solución, en el mundo de hoy, podría ser a la griega: dejando que hablen los pueblos tanto israelí como palestino, para que la mejor solución sea implantada.

No parece que se entienda aún en la región la necesidad de ver a Israel como ejemplo para que el pueblo palestino tenga un Estado que le represente. Parece lejano alcanzar este logro. Pero solo si se ve en el contexto de años de lucha y de padecimientos inenarrables para el pueblo judío, la existencia del Estado de Israel puede entenderse como ejemplo. Y ese ejemplo, más temprano que tarde, será seguido por los palestinos. Porque simplemente no tienen más remedio que vivir en paz.

Muchas gracias.

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