Palabras del doctor Luis Daniel Álvarez Vanegas, autor del libro
4 de diciembre de 2018
ICVI
Instituto Cultural Venezolano Israelí
60 años esclareciendo la historia
Iniciábamos nuestras palabras hace unos días, en el marco de la Feria del Libro del Oeste de Caracas que culminó recientemente en la Universidad Católica Andrés Bello, en la presentación del libro que nos congrega esta noche en El Buscón, un espacio dedicado a la cultura y al discernimiento en un país que requiere salir del perverso tremedal de la supervivencia, que era interesante hacer el ejercicio de pensar cómo estaban los integrantes del Comité Venezolano Pro Palestina días antes de que las Naciones Unidas, en un acto de justicia y de reivindicación del derecho y de la humanidad, aprobara la resolución 181 que daba un territorio para que en la Palestina británica se instalaran dos Estados, uno de ellos para los judíos.
Seguramente, la espera resultaba angustiante, más cuando los recursos informativos eran completamente limitados y no existía ni siquiera la sombra de hoy día donde, a través de una conexión de un celular, sintonizando un programa de radio, siguiendo un canal de televisión y hasta leyendo, con lo minúsculo y simplista que puede resultar lo expresado en 180 caracteres, tenemos la posibilidad de conocer en tiempo real lo que ocurre en diversos confines del planeta, e incluso fuera de él.
Pero ese día hicimos el ambicioso ejercicio de imaginar y podemos traerlo y preguntarnos ¿qué estaba pasando un 4 de diciembre de 1947 en Venezuela? Por una parte, seguramente había algo de angustia en los que defendían enfáticamente desde estas latitudes la existencia de un Estado para los judíos. Probablemente pensaban que la tarea estaba hecha y el sueño se había conquistado. Necesario era ahora ejecutar la resolución y que en aquella tierra mística y milenaria naciera el anhelado país.
Pero, ¿cuál sería la relación que podía tenerse entre ambos escenarios? A lo mejor los venezolanos que se unían al clamor reivindicativo, respiraron profundo porque se dieron cuenta que los sueños podían alcanzarse y que los votos se consiguieron, pese a la actitud obstinada de algunos. Se había obtenido la ansiada mayoría en la Organización de Naciones Unidas aquel glorioso 29 de noviembre. Pero ahora, la vista se ponía en Venezuela. El país estaba a días de demostrar que sus sueños podrían alcanzarse. La campaña electoral estaba prácticamente culminando y el 14 de diciembre los venezolanos acudirían a las urnas de votación para definir el futuro. Que hermosa metáfora; las urnas volvían a dirimir el destino de la patria, pero no era la de los cajones a los que la intolerancia, el caudillismo, las asonadas, el militarismo y las guerras habían llevado a la ciudadanía desde los albores de la independencia, e incluso desde antes. Esta vez eran las urnas ciudadanas las que contendrían ese clamor que se expresaba con fascinación. Por fin tendrían los venezolanos la oportunidad de hablar, y hablar entregándole por primera vez en su historia, producto del sufragio universal directo y secreto, la conducción de este país al que probablemente se erige como uno de los más egregios intelectuales que ha podido dar la humanidad.
Y es que la historia de Israel y Venezuela se van pareciendo mucho. Es la idea construida con sueños y anhelos; es el camino empedrado que vence las dificultades para poder asomar un sueño de grandeza y un sueño de justicia. Que esos sentimientos y acontecimientos coincidieran entre el 29 de noviembre y el 15 de diciembre del mismo año, demuestra ese cruce de signos que parece el destino reservar sólo a los momentos especiales.
Muchos de esos hombres que reivindicaban, insistimos mucho, como un acto de justicia, la creación de un Estado para los judíos en la Palestina británica, pasaron inmediatamente a integrar el nuevo gobierno de Venezuela. No fue casual entonces que el primer ejercicio democrático fuese la prueba fehaciente de que el mundo estaba listo para que los soñadores pudieran imponerse, tal como ocurrió, aunque los nubarrones de vez en cuando nublen el horizonte de la libertad.
Poco a poco la tarea del Comité Venezolano Pro Palestina ya no tenía efecto, pues se había cumplido el objetivo de crear la conciencia necesaria para que se constituyera un Estado hebreo, por lo tanto la prueba pasaba a ser otra, la de erigir una institución que pudiese canalizar y vincular a las dos naciones desde los ámbitos de la cultura, la educación, el intercambio académico y la experiencia y por eso, sin distingo de ideologías, de profesiones, de saberes y de visiones, nació a mediados de los años cincuenta, el Instituto Cultural Venezolano Israelí el cual tuvo en 1964 su primera gran actividad que fue justamente un sentido homenaje a aquel maestro de juventudes que había llegado a gobernar a Venezuela y en cuya administración se había reconocido inmediatamente al Estado de Israel. Pero, así como en aquella oportunidad los votos ciudadanos habían hablado llevando a Gallegos a la Presidencia, en esta ocasión el expresidente, el hombre que a través de las letras indicó que las Doña Bárbara de cualquier tipo, los mujiquita al servicio de los Ño Pernalete, las injerencias de Mister Danger y el bandolerismo violento de Onza, Tigre y León, podía ser derrotado, al ver el salón repleto de soñadores, con lágrimas en los ojos simplemente dijo cuánto hablaba ese silencio.
Y tuvo razón la representación política del Santos Luzardo de su novela al proferir esa expresión, pues efectivamente, ese silencio que muchas veces dice más que las palabras, como define el emblemático Atahualpa Yupanqui, era la prueba real de todos los sentimientos que afloraban en el alma del primer presidente electo por el voto universal, directo y secreto. Por el cristal de las lágrimas se ve todo más hermoso, cantaría otro de los grandes amigos de Israel, el poeta y probablemente el más grande ejemplo el civilismo, Andrés Eloy Blanco, además esposo de Lilina Iturbe, secretaria del ICVI y padre del doctor Andrés Eloy Blanco Iturbe, quien honra, no solo a nosotros si no probablemente a los lectores de esta obra, con un prólogo que no es más que el ejercicio de poner en papel todo lo que ha vivido y todo lo que ha soñado.
Y así ha sido el ICVI, cristalino y diáfano como la lágrima de felicidad. Así ha transitado durante más de seis décadas de viaje y con su empeño se han tendido los elementos necesarios para su labor, teniendo en la conducción a grandes hombres del pensamiento venezolano, bajo la guía del señor Elieser Rotkopf y su señora Ena, a quienes, sin lugar a dudas, como hemos repetido en otras oportunidades, debe definírseles como la personificación o, mejor dicho, la humanización de este instituto.
Sócrates plantea a través de una frase que autores como Fernando Savater considera primordial, que una vida sin examen no merece la pena ser vivida. Y al ICVI le ha tocado una evaluación muy dura que llevó a confirmar que no sólo estaba hecho para las propuestas favorables, sino también para el aguante y para sortear las inclemencias del tiempo. Ello lo ha demostrado con creces cuando la garra perversa de la intolerancia expulsó de la manera más ruin y grotesca que pueda pensarse al embajador de Israel en Venezuela, obligando al instituto a asumir unas tareas que a lo mejor nunca pensó que le tocaría adelantar al momento de su fundación, teniendo que llenar el vacío que dejó la abrupta y triste salida de la embajada de Israel en Venezuela.
Lejos de amilanarse, la directiva asumió de una forma valiente esa posición y por eso, el mérito aumenta, complementándose con la visión global que impone el presidente Freddy Malpica, quien, con su estampa de rector, enarbola las banderas del pensamiento plural y la formación. Junto a ello se resalta el esfuerzo de Celina Bentata que tiene el gran mérito de haber hecho que el Instituto profundizara su estampa hacia la juventud, por eso la gran arquitecta no sólo es una connotada hacedora de edificaciones, sino que más complejo aún, es una diseñadora de instituciones. Y junto al trabajo de toda la directiva, es menester destacar la labor asumida por la profesora María Fernanda Mujica Ricardo quien, en este necesario impulso para reactivar el sello editorial, ha jugado un papel preponderante, dedicado, delicado e interesante.
Dice en el prólogo el doctor Andrés Eloy Blanco Iturbe que hablar del ICVI le resulta sentimentalmente fácil y grato porque los nombres y los acontecimientos le son familiares. Recordar a tantos personajes y a tantos familiares del exilio, exilio, esa palabra que se le parece mucho a diáspora, así como persecución, tortura y cárcel parecen confundirse entre los pueblos que la sufren. Qué fuerte leerlo y ver que esos términos, que se creían desterrados para siempre cuando la legalidad se impuso en Venezuela, han reaparecido y entender, por ejemplo, punto que sentimentalmente me marca, no poder compartir presencialmente esta hermosa ceremonia en este recinto de la cultura y el saber con mis padres, pues ambos sufren el exilio, esa diáspora que lleva a muchos caminantes lejos de su tierra, simplemente por trabajar, soñar y comprometerse a construir un país mejor que estamos convencidos que muy pronto volverá, cuando Santos Luzardo termine de execrar, esperemos que para siempre, a la barbarie.
Y ese triunfo de la institucionalidad pasa por estudiar, rememorar, aprender y discutir sobre instituciones exitosas como el Instituto Cultural Venezolano Israelí. El simple hecho de estar reunidos acá, hablando de historia, pero más aún, ratificando el compromiso de los muchos años que le quedan al ICVI cumpliendo su tarea, ya es de por sí un ejercicio contestatario.
Los sueños se cumplen si uno los piensa. Luego, se harán realidad. El sueño justo por de más de un Estado para los judíos se hizo realidad y hoy día ese país es un ejemplo de democracia, superación y desarrollo; y el sueño de una Venezuela que elija, que vote su destino para poder crecer, se alcanzó. Luego se perdió, por lo que sin lugar a dudas habrá que recuperarlo.
Podemos decir con orgullo que este libro no es más que una introducción de sesenta años -y algo más trabajado en el epílogo- pues el ICVI, al ser esa "organización insustituible" como la han denominado muchos, tiene un gran camino por delante en esta que Gallegos llamó "Tierra de horizontes abiertos donde una raza buena ama, sufre y espera".
Muchas gracias.